martes, 25 de octubre de 2011

Amar es el principio de la palabra amargura.

Amar es el principio de la palabra amargura.

Amor. Dicen que el amor es una sensación indefinible, indescriptible; algo incomparable con cualquier otro sentimiento. Dicen que es un escalofrío que te recorre de arriba abajo, que te deja sin respiración, que da un nuevo rumbo a tu vida, que te hiela las venas… Y el corazón. También dicen que el amor es eterno, que no se acaba, que no tiene fecha de caducidad… Dicen, dicen, dicen… Mientras algunas personas se recuperan de las heridas de un corazón roto, otras buscan a alguien que se lo rompa. En realidad no es lo que buscan, pero es lo que acaban encontrando.

Carolina era una de esas personas. Había tenido novios, rollos, “amigos” y esas cosas… sí, pero no había sentido nada… Hasta que conoció a Edu. Aquello le cambió la vida, y hasta un par de años después, no sabría cuánto… Le conoció un sábado por la noche, en un bar céntrico de Madrid, su ciudad. Una mirada cosió sus almas en un abrir y cerrar de ojos y tras unas cañas y unas risas, salieron a dar un paseo.

- Bueno, Carolina, me has dicho que tienes veintidós años, ¿no?

- Carol, llámame Carol. Sí, veintidós… ¡Tú no me has dicho tu edad! – exclamó con una sonrisa en la cara.

- Alguno más que tú, veintinueve – respondió.

Aquello sólo fue el principio. Carol se enamoró perdidamente. ¿Y él?... Iniciaron una relación y Carol aprendió el significado de la palabra “amor”.

Edu era bastante alto, pelo corto y negro y tenía unos ojos verdes que iluminaban su rostro. Era fontanero. Lo llevaba siendo desde los 18 años, cuando dejó los estudios y empezó a trabajar en el taller mecánico de su padre. Quería autonomía, así que decidió independizarse e irse a vivir al piso que tenía su fallecido abuelo en el barrio de Carabanchel. Carol era más bien tirando a bajita y delgada, y tenía una sonrisa capaz de paralizar el mundo y unos ojos de un azul capaz de competir con el mar.

Después de 3 meses de noviazgo, él le propuso irse a vivir juntos; ella, perdidamente enamorada, aceptó sin pensárselo dos veces.

Ella era feliz. Estaba terminando de estudiar Derecho, vivía con la persona a la que quería… Todo iba sobre ruedas. Él, en cambio, llegaba tarde a casa por el trabajo y apenas podían disfrutar algo de tiempo juntos. La cosa iba en serio y después de un año de convivencia, Carol se quedó embarazada. Cuando se enteraron fue la mayor alegría de su vida. ¡Un niño! Un ser pequeñito que llevase sus genes… La noticia les sorprendió muy gratamente, y con los primeros síntomas (náuseas, mareos, vómitos…), Carol tuvo que dejar de ir a la facultad. No le importaba. Lo primero era lo primero, y lo primero era su hijo.

A los nueve meses de gestación, nació el pequeño Samuel. Era tan pequeño, tan frágil y delicado… Tenía los ojos de su madre, y la misma nariz respingona de su padre. Samu, el verdadero amor de Carol, su vida.

La madre de Carol fue a ayudar a su hija los dos primeros meses porque Edu no podía permitirse el lujo de dejar su trabajo durante una temporada, pero, para él, la paternidad seguía siendo algo muy complicado: aguantar los llantos continuos del bebé, las noches en vela… Y por supuesto ni se acercaba a un biberón o a un pañal. Edu era muy machista, es verdad, pero Carol le quería. La única manera que tenía “papá” de evadirse era irse al bar con los amigos, pasar las horas muertas delante de la televisión con una cerveza en la mano. O dos, o tres… Carol tenía que encargarse a tiempo completo del pequeño Samu. No tenía tiempo para ella misma, no podía salir y hacía meses que no sabía nada de Sonia, su mejor amiga. “Mamá” creía que la dejadez de papá era algo pasajero, pero no. Todo fue a más.

¿Él ya no la quería? ¿La había querido alguna vez? Llegaba a casa a las dos de la mañana borracho y oliendo a tabaco. No era cosa de los fines de semana, no, era una rutina. Su mujer se aferraba al amor de Samu; Edu era un desconocido…

Samu cumplió un añito. ¡Estaba enorme! Todavía no había aprendido a andar, y sólo decía alguna palabra suelta: “Gugu”, “ajo”… Pero su sonrisa le transmitía a Carol todo el amor y la fuerza que necesitaba. Edu no se acordó del cumpleaños de su hijo, y esa noche ni siquiera llegó a dormir a casa. Mamá no pudo pegar ojo. El niño, que parecía tan inquieto como ella, tampoco. Ella se levantaba y cogía al pequeñín en brazos mientras le cantaba alguna nana para distraerle, miraba el reloj constantemente y le llamaba al móvil cada cinco minutos sin obtener respuesta. Pero, al fin, entró por la puerta, describiendo eses con una litrona de cerveza en la mano… Carol dejó a Samu en la cuna y fue corriendo a su encuentro.

- Edu, ¡por dios! ¿Estás bien? ¿Dónde has estado toda la noche? – Y oliéndole la ropa, preguntó - ¿Has bebido?

- ¡Quita, que estoy bien, joder! – gritó.

Ella continuó insistiendo.

- Edu, esto no puede seguir así… ¿Tienes un problema con el alcohol?

- ¡Que te quites, coño! ¡Que te he dicho que estoy bien!

Acto seguido le asestó una bofetada a la madre de su hijo y se fue al sofá. Ella se apoyó en la pared y poco a poco, mientras los ojos se le inundaban en lágrimas, fue cayendo al suelo… ¿Era cierto lo que acababa de pasar? Carol se levantó, cogió a Samu de la cuna y se metió a la cama con él, abrazándole. Rompió a llorar. No podía creer todo aquello… Estaba muy cansada, no había dormido nada, así que cerró los ojos con la esperanza de que al levantarse, todo hubiese sido una pesadilla. Pero no lo fue. Fue la primera bofetada, pero no la última. Se convirtió en el pan de cada día. Papá llegaba borracho, la insultaba y despreciaba, e incluso a veces acababa peor…

“No puede ser. Él me quiere, me quiere... Es el padre de mi hijo… Nos amamos como el primer día… Tengo que hacer algo mal para que me pegue… Es mi culpa, mi culpa…” Estas palabras se repetían una y otra vez en la mente de mamá.

Las bofetadas acabaron convirtiéndose en palizas, en moratones por todo el cuerpo, en tarros y tarros de lágrimas derramadas... La primera vez se “había caído por las escaleras”, la segunda, se “resbaló en la ducha”… Era una situación insostenible. Era consciente de que Edu no la quería. “No ama quien quiere, sino quien puede” se repetía. Mamá no tenía valor para denunciarle, para hablar con sus padres… Sólo pudo sacar fuerzas para llamar a Sonia, su mejor amiga.

- Sonia…

No pudo seguir, se echó a llorar.

- ¿Carol? ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? Carol, ¡contesta! – fue subiendo el tono poco a poco.

- Necesito verte, Sonia. Siento muchísimo haber desaparecido así, necesito verte…

- Ahora mismo voy a buscarte y damos un paseo.

No le dio tiempo a responder. Colgó y saliendo corriendo a buscarla. Mientras, Carol abrigó a Samu, le sentó en la sillita, y bajo al portal. Sonia llegó y la abrazó con todas sus fuerzas.

A lo largo de las dos horas siguientes, le contó su infernal situación: las palizas, los desprecios… Ya no le quedaban fuerzas ni para hablar.

- Mi vida, siento tener que decirte esto así, pero o le denuncias tú, o seré yo quien lo haga.

Carol, tras la insistencia de su amiga, entró en razón. Fueron a la comisaría más cercana y tras una larga y dura declaración, una patrulla fue a buscar a papá a casa.

Mamá y Samu se mudaron a casa de los abuelos, que, al no haber sabido nada de ella desde hacía más de diez meses, no tenían ni idea de la tortura que había sufrido su hija, sintiéndose profundamente culpables. Los abuelos ayudaron a cuidar del pequeñín, y Carol, tras recuperarse tanto física como psicológicamente, retomó la carrera de Derecho. Mamá conoció el verdadero significado de la palabra amor: el amor de un hijo.

Carol fue afortunada y pudo decir ¡BASTA! a tiempo. Otras mujeres no corren la misma suerte. No hay ninguna justificación ante una situación de violencia y maltrato. Ante el maltrato, tolerancia cero.

Fin.